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Iballa Burunat: Decir que un hombre tiene un «cerebro femenino» es pseudociencia.

  • 16 sept
  • 12 Min. de lectura

Es la segunda ocasión que tenemos el placer de entrevistar a la neurocientífica canaria Iballa Burunat, para tratar de arrojar luz sobre un tema que nos trae de cabeza: el neurosexismo inherente en la teoría trans, basada en la creencia arcaica de que existen "cerebros femeninos" y "cerebros masculinos".


Estamos bastante cansadas del argumento "conozco a muchas trans que ya desde pequeñas parecían niñas en lugar de niños". No cuestionarse ni por un momento la creencia de que existan de manera natural "comportamientos de niñas" y de niños, aislados por tanto de una innegable socialización sexista, nos devuelve al siglo pasado y, sobre todo, invisibiliza una lucha que nos ha costado mucho emprender: la abolición del género como sistema de educación y formación de las personas, presente a lo largo de todo el proceso de desarrollo, desde que nos ponen o no unos pendientes en los lóbulos, siendo bebés, hasta los juegos sesgados, el rosa y el azul, pasando por el sistemático abandono de deportes en niñas adolescentes por falta de apoyo del entorno.


No nos enrollamos más, que esta entrada no pretende ser un artículo de opinión sino un pequeño espacio para comunicar ciencia de la mano de una experta en cerebros.


Deseamos que os aporte tanto como a nosotras.


Vamos a empezar yendo al grano, Iballa, ¿existen "cerebros masculinos" y "cerebros femeninos"?

Iballa Burunat: confundir las diferencias promedio entre sexos en el cerebro con el sexo mismo, y afirmar que si un hombre presenta algunas áreas cerebrales más típicas del promedio femenino entonces tiene un «cerebro femenino», es pseudociencia. No se niegan las diferencias reproducibles entre cerebros de hombres y mujeres, sino la idea falsa de que eso signifique que alguien pueda tener un cerebro del sexo opuesto en su cuerpo. Decir que una mujer con ciertas regiones cerebrales más grandes o con una organización funcional más parecida al promedio masculino «tiene un cerebro de hombre» es tan absurdo como decir que una mujer con un corazón más grande que el promedio femenino «nació con un corazón de hombre». O como decir que tener un porcentaje de grasa corporal más típico de varón, te convierte en hombre, o más vello facial que el promedio de las mujeres te hace hombre. O, a la inversa, que ser un hombre mucho más bajo de estatura que la mayoría automáticamente te hace mujer. De la misma manera, decir que tu cerebro «no encaja» con tu cuerpo tiene tanto sentido como decir que tu corazón no encaja con tu cuerpo. Ambos son órganos integrados en el mismo sistema vivo. Los órganos no son «add-ons» ni «plugins» externos al cuerpo. Son el cuerpo.


Cuando hablas de "diferencias promedio" ¿a qué te refieres?

Iballa Burunat: se han hallado variaciones promedio entre cerebros de hombres y mujeres, por ejemplo, diferencias promedio de tamaño, conectividad o influencias hormonales. Por ejemplo, los hombres tienen más receptores de andrógenos en los núcleos del hipotálamo que las mujeres, como es de suponer. Pero en general existe un solapamiento considerable. Por eso, hablar de «cerebros masculinos» y «cerebros femeninos» como si fueran categorías cerradas y distintas —al estilo de los órganos sexuales— no refleja la realidad. El cerebro no presenta ese tipo de dimorfismo sexual, es decir, una división clara y dicotómica. En otras palabras, aunque se pueden encontrar diferencias promedio entre cerebros de hombres y mujeres, esas diferencias no son suficientes para entender completamente cómo el sexo influye en el cerebro ni para clasificar o describir a todos los cerebros de forma precisa. La variabilidad dentro de cada sexo es tan grande que las diferencias promedio no cuentan toda la historia ni permiten hacer afirmaciones absolutas sobre el cerebro de cada individuo.


Decir que una mujer con ciertas regiones cerebrales más grandes o con una organización funcional más parecida al promedio masculino «tiene un cerebro de hombre» es tan absurdo como decir que una mujer con un corazón más grande que el promedio femenino «nació con un corazón de hombre».

Para que nos quede claro: una cosa son las diferencias sexuales promedio y otra el dimorfismo sexual, ¿cierto?

Iballa Burunat: efectivamente, son conceptos que suelen confundirse aun siendo radicalmente distintos. El dimorfismo sexual ocurre cuando un rasgo tiene dos formas bien distintas, una típica de los hombres y otra típica de las mujeres, como ocurre con órganos reproductores. En cambio, las diferencias sexuales son características en las que hombres y mujeres pueden variar mucho y compartir rangos similares, pero con promedios o niveles distintos, como la estatura o el tamaño del cerebro. Llamar «masculino» o «femenino» a un rasgo promedio y usarlo para clasificar a todas las personas de esa categoría sexual es incorrecto científicamente, ya que ignora el solapamiento y la diversidad individual. Las diferencias promedio (por ejemplo, en altura, fuerza o ciertas medidas cerebrales) son tendencias estadísticas observadas en grupos que no definen a cada individuo ni establecen una frontera clara. Estos conceptos —dimorfismo sexual y diferencias sexuales— a menudo se confunden en neurociencia, principalmente porque muchos estudios se centran en las diferencias promedio entre hombres y mujeres y, al interpretarlas, se presentan como si fueran dimorfismos absolutos, lo cual lleva a generalizaciones imprecisas, como decir que «los hombres tienen cerebros más grandes que las mujeres», cuando en realidad es solo una diferencia promedio y hay una superposición de hasta un 80% entre ambos sexos.


Iballa Burunat
Iballa Burunat.

Entonces, no solo habría diferencias promedio en el cerebro sino en otros órganos que, obviamente, la teoría trans no usa para respaldar afirmaciones, porque resultaría absurdo, ¿no?

Iballa Burunat: sí, por ejemplo, en promedio, los hombres tienen corazones ligeramente más grandes y con paredes más gruesas que las mujeres, debido a su mayor tamaño corporal, mayor masa muscular y al efecto de hormonas como la testosterona. Pero esto no significa que existan dos tipos de corazón según el sexo. Estas son tendencias estadísticas, pero no categorizamos los corazones como «corazones masculinos» o «corazones femeninos» porque comparten la misma estructura, función y variabilidad fundamental entre individuos. Algo parecido ocurre con el cerebro: los hombres tienen, en promedio, un cerebro entre un 10 y un 13 % más grande, junto con diferencias sutiles en regiones como el hipotálamo o en la distribución de la materia gris. Hormonas como la testosterona y el estrógeno influyen en estas diferencias, pero no existe una distinción categórica: no hay un «cerebro masculino» en oposición a un «cerebro femenino» como entidades distintas. No existen dos tipos de cerebro, como no hay dos tipos de corazón.


¿Qué otras diferencias promedio hay que se nos están escapando mientras la filosofía Queer nos taladra con la importancia de hormonar a la gente según sea "su comportamiento", "su cerebro", "lo que sienten que son"?

Iballa Burunat: hay muchas. Por ejemplo, en mujeres premenopáusicas, el estrógeno influye en el corazón, haciéndolo más resistente al estrés y modulando su respuesta metabólica y vascular frente a obstrucciones. Ignorar estas diferencias puede llevar a diagnósticos tardíos, tratamientos menos efectivos o subestimación de síntomas en mujeres (como ocurre en el infarto, que muchas veces se manifiesta de forma distinta en mujeres y hombres). Históricamente, los estudios y manuales médicos se han centrado en síntomas típicos de varones, y esto ha dificultado el reconocimiento de los síntomas en mujeres. Y en el cerebro, las diferencias hormonales pueden hacer que mujeres y hombres tengan respuestas diferentes a ciertos fármacos. Por ejemplo, el Valium (Diazepam; un tranquilizante común) actúa sobre un sistema químico del cerebro llamado GABA. Este sistema está influido por hormonas sexuales como la progesterona, por lo que el Valium puede que no funcione tan bien durante ciertos días del ciclo menstrual. Así que un mismo medicamento puede tener efectos diferentes dependiendo del sexo y de las condiciones hormonales. Esto significa que un fármaco que funciona bien en hombres puede no tener el mismo efecto en mujeres, o incluso causar efectos no deseados. Si no se consideran estas diferencias, los tratamientos pueden ser menos eficaces o más arriesgados para la mitad de la población. Los medicamentos que afectan al cerebro deberían diseñarse y probarse teniendo en cuenta las diferencias entre sexos, incluyendo las hormonales. Así que ignorar o minimizar estas diferencias que encontramos puede llevar a pasar por alto aspectos clave para entender la diversidad humana y diseñar soluciones personalizadas en ámbitos como la medicina o la psicología.


Las diferencias biológicas relevantes para la medicina se ignoran y, sin embargo, hay un empeño incesante en tomar estas diferencias para argumentar la existencia de "conductas de mujer" y de hombre.

¿Qué relación hay entre diferencias biológicas y conducta?

Iballa Burunat: no todo cambio cerebral implica un cambio en la conducta, y no todo cambio en la conducta tiene una base cerebral clara o proporcional. La relación entre cerebro y comportamiento es compleja y no predecible en términos simples. Solemos imaginar que el cerebro funciona de forma lineal: pequeños cambios en el cerebro causan pequeños efectos, y grandes cambios, grandes efectos, pero en realidad no está nada claro que eso sea así: a veces una diferencia mínima puede tener un gran impacto, y otras veces, incluso un cambio grande en el cerebro no traduce directamente en diferencias claras en comportamiento o habilidades cognitivas. Por ejemplo, aunque en promedio los hombres tienen cerebros más grandes, no se observa una diferencia consistente en inteligencia general entre sexos, lo que sugiere que hay mecanismos que compensan esas diferencias físicas. Aquí suele hablarse de «compensación»: la idea de que las diferencias sexuales en el cerebro podrían equilibrar variaciones genéticas, hormonales y de tamaño cerebral, que reducirían así las diferencias de comportamiento entre sexos. Un ejemplo de esto es la relación entre el tamaño cerebral y la inteligencia entre sexos, que no sigue una lógica lineal simple. Especialmente cuando hablamos de diferencias entre sexos, es importante no asumir una relación directa y automática entre estructura cerebral y comportamiento. Esto es aún más cierto cuando se trata de funciones mentales complejas —como el razonamiento abstracto, la toma de decisiones, o el juicio moral—, que dependen de procesos cognitivos de orden superior, y no de respuestas más «automáticas». No se puede concluir que ciertas variaciones cerebrales entre hombres y mujeres expliquen por sí solas diferencias en habilidades, intereses o comportamientos. Las diferencias pueden estar moduladas por muchos otros factores, como el contexto social, la experiencia, la educación o las expectativas culturales. El cerebro es plástico, interactúa constantemente con el entorno, y no se puede entender aislado de él. No deja de ser una frase con cierto humor, pero lo sostengo firmemente: un cerebro de mujer es, simplemente, el que está en un cuerpo de mujer. Esa es la única certeza absoluta porque es un truísmo, una verdad por definición que casi da risa mencionarla, y que no aporta información más allá de lo evidente. Pero, ojo, los truismos no son tan inútiles como parecen, pueden servir para enfatizar que ciertas distinciones rígidas no tienen sentido. Dicho de otra manera, si quieres saber con 99,99% de precisión si un cerebro es de hombre o de mujer, solo tienes que fijarte en si sus neuronas llevan cromosomas XX o XY. Claro que eso no es lo que la mayoría se imagina cuando se habla de cerebros «masculinos» o «femeninos».


Un cerebro de mujer es, simplemente, el que está en un cuerpo de mujer. Esa es la única certeza absoluta porque es un truísmo, una verdad por definición que casi da risa mencionarla.

Para contestar a quienes defienden el neurosexismo tomando las hormonas como excusa, ¿puedes explicarnos de qué manera influyen las hormonas masculinas y femeninas en el funcionamiento del cerebro?

Iballa Burunat: precisamente, una de las regiones con diferencias más claras entre sexos es el hipotálamo porque esta es una región clave que conecta el sistema nervioso con el endocrino. Es aquí donde se concentran muchos de los receptores de hormonas sexuales, como los estrógenos y la testosterona, y por tanto está directamente implicado en la regulación hormonal. En esta región, la correspondencia entre comportamiento sexual (como los ciclos reproductivos, el deseo sexual o las conductas hormonales cíclicas) y actividad cerebral es más directa, específica y documentada que cuando hablamos de las funciones cognitivas complejas (como la memoria, el razonamiento o la toma de decisiones). Esto se debe a que los comportamientos sexuales están más directamente ligados a regiones concretas del cerebro y a la acción específica de ciertas hormonas. En cambio, las diferencias en cómo pensamos, sentimos o decidimos son mucho más complejas, más distribuidas y multifactoriales (factores genéticos, ambientales, culturales, de historia personal), mucho más difíciles de atribuir a causas únicas. Por eso, muchas de las diferencias sexuales en estas funciones o comportamientos reportadas en estudios son difícilmente atribuibles a un mecanismo biológico concreto, y muchas veces se explican por ejemplo por factores ambientales en gran medida. Otra limitación es que, aunque encontremos una correlación entre el cerebro y un comportamiento o capacidad, eso no implica causalidad. ¿Es el sustrato biológico el que causa el comportamiento, o es el comportamiento el que modifica el cerebro?


Siguiendo con respuestas para quienes se agarran al neurosexismo y usan supuestos estudios para argumentar que haya diferencias biológicas en la inteligencia de hombres y de mujeres, ¿qué nos puedes decir?

Iballa Burunat: no deja de ser curioso que cuando se cuestionan o discuten las diferencias cerebrales entre sexos, la conversación suela centrarse más en áreas como la cognición o la inteligencia, y menos en funciones reguladas por el hipotálamo y el control hormonal. En cuanto a la inteligencia general (concepto, por otra parte, polémico y muy discutido en ciencia, donde no vamos a entrar ahora), no hay diferencias entre hombres y mujeres que hayan sido replicadas con éxito de forma consistente. Incluso en estudios que no tienen como objetivo principal evaluar el coeficiente intelectual entre sexos, este suele registrarse porque es una forma útil de asegurarse de que otros factores no estén influyendo en los resultados, y casi siempre verás que no hay diferencias estadísticamente significativas entre sexos.

Sin embargo, a pesar de no encontrar diferencias en la inteligencia general, sí se han observado diferencias reproducidas en subcomponentes específicos, como la inteligencia verbal frente a la espacial. Si, en promedio, los hombres tienden a rendir mejor en tareas de rotación mental, mientras que las mujeres lo hacen en la fluidez verbal, estas diferencias se neutralizan al evaluar el nivel de inteligencia general. Aun así, resulta complicado separar qué parte de esas diferencias se debe a factores biológicos y cuál a influencias socioculturales.


Incluso en estudios que no tienen como objetivo principal evaluar el coeficiente intelectual entre sexos, este suele registrarse porque es una forma útil de asegurarse de que otros factores no estén influyendo en los resultados, y casi siempre verás que no hay diferencias estadísticamente significativas entre sexos.

Por otra parte, cabe señalar que el estudio de las diferencias cerebrales entre hombres y mujeres es un tema altamente politizado, por lo que la investigación puede estar sesgada en ambas direcciones: tanto por parte de quienes sostienen que el sexo es completamente irrelevante en términos cerebrales, como por quienes defienden la existencia de dos categorías cerebrales claramente distintas y opuestas.

Por ejemplo, algunas corrientes que promueven la igualdad entre sexos han generado, en ocasiones, malentendidos que cuestionan conceptos científicos, como la existencia del sexo biológico mismo. Este sesgo, bienintencionado e impulsado con el fin de prevenir desigualdades sociales o promover ideales igualitarios, favorece resultados que minimizan diferencias, explicaciones sociales sobre biológicas y una creciente preferencia por categorías no binarias. Si bien estas perspectivas no son siempre erróneas, su predominancia puede dificultar la publicación y aceptación de hallazgos que muestran diferencias claras o estables. Y toda diferencia, por pequeña que sea, merece ser estudiada con rigor, no para reforzar estereotipos ni justificar desigualdades, sino para comprender mejor la complejidad del ser humano. Y quien afirme que una declaración así es sexista no está interesado en la ciencia, sino en la ideología y la política. Pero reconocer diferencias sexuales reales es tan importante como evitar su exageración: cuando se presentan como algo absoluto e inmutable sin base científica, pueden reforzar estereotipos que limitan a las personas y alimentan prejuicios a la vez que reflejan más un sesgo ideológico que una verdadera motivación científica. El sesgo ideológico en cualquier dirección empobrece el conocimiento y limita el desarrollo de intervenciones precisas y equitativas en medicina, educación y salud mental.

En resumen, exagerar o negar las diferencias sexuales puede ser igualmente perjudicial. La ciencia debe evitar tanto los estereotipos rígidos como el negacionismo ideológico. El estudio científico del sexo y el cerebro debe mantenerse abierto a todas las explicaciones, biológicas y sociales, y fomentar la diversidad de perspectivas ideológicas entre investigadores, siempre que estén respaldadas por evidencia sólida. Esto ayudará a proteger la integridad y el avance del conocimiento, evitando tanto el sesgo como la aceptación acrítica de ideas infundadas. Por ello, es importante analizar la literatura científica con mente abierta pero manteniendo siempre una perspectiva crítica.


Reconocer diferencias sexuales reales es tan importante como evitar su exageración: cuando se presentan como algo absoluto e inmutable sin base científica, pueden reforzar estereotipos que limitan a las personas y alimentan prejuicios.

Concluyendo, ¿qué se sabe actualmente acerca de las diferencias entre cerebros en función del sexo biológico?

Iballa Burunat: Es difícil establecer una relación directa entre las diferencias cerebrales promedio que hay entre hombres y mujeres y comportamientos específicos. ¿Qué significa que haya diferencias en el cerebro según el sexo? ¿Son estas diferencias las que causan comportamientos distintos en hombres y mujeres, o son resultado de ellos? ¿Qué implicaciones tienen? La relación es bidireccional: el cerebro influye en el comportamiento, pero a su vez, las vivencias, la educación, la edad, el entorno, el nivel socioeconómico, y las expectativas sociales moldean el cerebro a lo largo de la vida mediante procesos de plasticidad neuronal, dificultando separar lo que es biológico de lo adquirido. El reto científico es determinar cómo una multiplicidad de factores (genéticos, hormonales, químicos, psicológicos, sociales, ambientales) actúan sobre las diferencias sexuales que observamos en el cerebro y su relación con el comportamiento. Este desafío implica también interpretar los datos con cautela, libre de prejuicios y simplificaciones y reconociendo que las discrepancias entre estudios pueden deberse a la diversidad y calidad de los diseños y las muestras, y los enfoques metodológicos empleados. Hay que leer la literatura con una mirada abierta y crítica. Lo que hoy por hoy podemos afirmar que las diferencias en el cerebro entre sexos se deben a múltiples factores, uno de los cuales es el propio sexo biológico: el sexo influye en la estructura y función de las células cerebrales. Pero la variabilidad individual que existe no respalda la idea de que los efectos del sexo en el cerebro produzcan dos tipos de cerebros distintos. Aún así, mucho de lo que se dice sobre las diferencias cerebrales entre sexos sigue siendo objeto de debate y estudio, un terreno pantanoso donde es fácil hundirse si no se pisa con cuidado.


¡Comparte esta entrevista! También la tienes disponible en carrusel de imágenes, en nuestra cuenta de Instagram @disi_dencias . Y puedes continuar informándote sobre la temática con la entrevista anterior, en carrusel: 5 preguntas sobre transexualidad y ciencia.


¿Quieres seguir leyendo a Iballa? Aquí te dejamos sus aportaciones estudiando la relación entre música y respuestas emocionales: Iballa en Mujeres con Ciencia



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